Viejos electrodomésticos,
todo tipo de máquinas expendedoras,
bombillas u otros aparatos de
alumbrado, móviles, modernos
instrumentos para vigilancia y control doméstico e industrial -como detectores de humos, reguladores de
calefacción, termostatos, aparatos de medición-, juguetes, que van desde las actuales consolas portátiles y
videojuegos a los más antiguos trenes eléctricos o coches en pista eléctrica.
Son los nuevos residuos que genera una sociedad cada vez más tecnologizada,
como la nuestra. Estos objetos aparentemente inservibles son conocidos como
RAEE, o Residuos de Aparatos Eléctricos
y Electrónicos.
Sustancias tóxicas
Además, nuestros viejos «trastos», después de su paso por esta planta, se
han desprendido de las sustancias tóxicas que contenían, que no son pocas. Metales pesados como plomo, cadmio y
mercurio, que abandonados en la naturaleza sin ningún control se convierten en potentes contaminantes que pasan a la cadena
alimentaria de sus eslabones más bajos, y finalmente se acumulan en el
organismo.
Afortunadamente, aunque han estado en nuestras casas, estos metales
utilizados en la fabricación de los viejos televisores de rayos catódicos, las
antiguas y voluminosas pantallas de ordenador o, actualmente en algunas
bombillas de bajo consumo, han permanecido aislados del entorno y no hemos estado expuestos a ellos, salvo en
caso de rotura. Un peligro que no conviene menospreciar en las modernas bombillas de bajo consumo, que contienen mercurio en polvo,
altamente tóxico.
El Real Decreto 208/2005, de 25 de febrero,
especifica detalladamente lo que se esconde bajo esta denominación poco
familiar para la mayoría: aparatos eléctricos y electrónicos, sus materiales, componentes, consumibles y
subconjuntos que los componen, procedentes tanto de hogares particulares como
de usos profesionales, a partir del momento en que pasan a ser residuos. Y por
aparatos eléctricos y electrónicos se entiende todos aquellos que necesitan
para funcionar corriente eléctrica o
campos electromagnéticos, destinados a ser utilizados con una tensión
nominal no superior a 1.000 voltios en corriente alterna y 1.500 en corriente
continua, así como los aparatos necesarios para generar, transmitir y medir
tales corrientes y campos. Y todos ellos pueden tener origen doméstico o profesional.
Por útiles que
hayan sido, al final todos se convierten en vieja chatarra de la que hay que
deshacerse. Y el cubo de la basura no es ni mucho menos su destino. Han de depositarse en un punto limpio u otra
instalación municipal según la disponibilidad de cada localidad. Y en el
caso de que vaya a renovar su equipo, puede entregar el viejo en el acto de la
compra al comercio o distribuidor donde se adquiera el nuevo. Hacerlo así es
fundamental, porque asegura su recogida
selectiva y su correcta gestión
ambiental. Por esta vía llegará a una planta de reciclado, como la de Recilec en Aznalcóllar, que se encarga de dar una segunda oportunidad a los componentes electrónicos.
Porque nuestro
viejo ordenador, ese que tiene aún un monitor de tubo de rayos catódicos, ya
casi una reliquia del pasado, puede volver a nuestro hogar en forma de percha,
por ejemplo. Y esto es posible porque la planta de reciclado se asemeja a una moderna mina, acorde con una
forma diferente de vivir más exigente y respetuosa con el planeta, donde todo
tiene valor, incluso los desechos, que se convierten en fuente de materias primas secundarias como aluminio cobre, hierro, níquel,
plásticos, vidrio, madera, papel y cartón.
fuentes: www.abc.es/.../abci-reciclaje-aparatos-electricos-electronicos
fuentes: www.abc.es/.../abci-reciclaje-aparatos-electricos-electronicos
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